Las tropas aliadas entraron en Sicilia el 10 de julio de 1943. En un par de semanas el régimen fascista colapsaría. Apenas una semana antes de que británicos y estadounidenses desembarcaran en el balón de la bota italiana, en Bagheria, un pequeño pueblo en su costa septentrional, había nacido Ferdinando Scianna. Sería el mejor de los fotógrafos italianos del siglo XX y comienzos del XXI. Su padre deseó que el niño creciera para ser abogado o médico, pero no debería haberle regalado una cámara fotográfica cuando tenía 10 años. En ese momento, su vocación y su futura profesión, quedaron encauzadas en una misma dirección.

Bagheria, Sicilia, 1962 / Foto: Ferdinando Scianna/Magnum Photos.
Las primeras fotografías de Ferdinando Sciannna, por lo tanto, son las de un niño. Tal vez por esa procacidad haya conservado siempre algo que puede entenderse como ‘instinto’ para dar caza al momento representativo o evocador máximo de un suceso. En 1966, con solo 23 años, le fue concedido el prestigioso Premio Nadar, por el libro Fiestas religiosas en Sicilia. Pero el premio no sería el honor más grande ni el más determinante de su opera prima. El prólogo del volumen, escrito por Leonardo Sciascia, sería el elemento de prestigio más importante. El respetado escritor italiano descubrió la primera exposición del joven Scianna por casualidad, y quedó impresionado por el ojo del chico para narrar el alma popular del sur italiano. La influencia de Sciascia en Scianna lo fue en lo artístico y en lo humano, siendo amigos hasta la muerte del escritor.
París, 1975 / Foto: Ferdinando Scianna/Magnum Photos.
El joven Ferdinando tenía un objetivo de reflexión antropológica con sus primeras fotografías. Sciascia, muy acertadamente, le apuntó que no había un sentido etnográfico en sus fotos, sino un sentido narrativo. La capacidad de contar historias, de sugerir, de invitar a imaginar. Toda la filosofía de su trabajo posterior iría definiéndose de acuerdo a los principios de narración de una realidad tangible. Una foto no siendo más —ni menos— que un instante del mundo convertido en papel plateado.
Sevilla, 1984 / Foto: Ferdinando Scianna/Magnum Photos.
De la misma forma que los escritores tienen que viajar alguna vez a Nueva York, los fotógrafos —como los pintores— tiene el obligado cumplimiento de pasar por París. Así lo hizo Ferdinando Scianna —que residiría en las dos grandes Mecas culturales de nuestro tiempo, a fin de cuentas, se trata de un narrador…—. En 1974 llegó a París, después de haber hecho amistad con otro influyente nombre de las letras europeas, Milan Kundera, a quien habría ayudado a sortear algún iceberg narrativo durante la escritura de La insoportable levedad del ser. Pero fue en 1977 cuando la capital francesa le concedió la posibilidad de encontrarse con Henri Cartier-Bresson. El gran pope de la fotografía a nivel mundial le propuso al aún joven siciliano incorporarse a la Agencia Magnum.
Mina de Kami, Bolivia, 1986 / Foto: Ferdinando Scianna/Magnum Photos.
Scianna se convirtió —y es a día de hoy— uno de los fotógrafos más prolíficos de Magnum. Ha recorrido todos los continentes, multitud de ciudades. Ha trabajado, sobre todo durante los años 80, la fotografía publicitaria, pero se ha significado como un retratista y paisajista casi perfecto. A la paciencia, para esperar el momento, se le suman los reflejos, para captarlo. Y la técnica, para inmortalizarlo en el punto exacto de su máxima representatividad. A veces el momento es bello, otras es cómico, otras trágico o grotesco. Pero siempre sugestivo. Una vuelta de tuerca o una mirada sin ambages a la realidad. Ferdinando Scianna cuenta con el talento paciente y audaz de la fotografía bressoniana, y además con un manejo supremo, instintivo, de los fundamentos de la fotografía. Su luz y su composición son las que corresponden al tono de la historia que quiere narrar.
Puente de Brooklyn, Nueva York, 1986 / Foto: Ferdinando Scianna/Magnum Photos.
La forma de mirar el mundo de Ferdinando Scianna es un intento por tratar de comprenderlo. Y por contarlo. Su fotografía y la ideología de la imagen y del arte sobre la que se sustenta, explicada por su autor, resulta de las más lúcidas propuestas alrededor del panorama fotográfico. Su conexión con la realidad va más allá de la satisfacción de una necesidad material, encuentra en esa relación una tema de base para el debate sobre el arte y sobre cómo relacionarse con el mundo, se haga lo que se haga sobre él. Scianna expone sus argumentos sin aspavientos, tanto cuando habla sobre el sentido de la fotografía y el arte, como cuando dispara con su cámara. En alguna ocasión ha contado que lo primero que hace nada más llegar a un sitio nuevo, algún lugar con una cultura diferente a la suya, es comprar algo de comida en un puesto callejero, degustar los nuevos sabores y escuchar a sus gentes. Solo a partir de entonces está preparado para empezar a pensar en colgarse la cámara del cuello. A juzgar por sus fotos del Puente de Brooklyn, o de una mina boliviana a 4.500 metros sobre el nivel del mar, o de la Semana Santa en Sevilla, se puede decir que su método le ha dado resultado. Son historias contadas desde la inmanente quietud de una fotografía. Se puede decir que ha sido el siciliano que mejor entendió que hay ‘Sicilias’ repartidas por todo el mundo.
Fuente: drugstoremag.es
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