“Ha sucedido que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, potencialmente, se podría decir, el más importante de todos, como si fuese Dios mismo el que hablara. Y así será si seguimos permitiendo el abuso. Se ha vuelto un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia puede sobrevivir si no se pone fin al abuso de este poder.” Karl Popper
Germán Orozco Mora
Austro-británico, el pensador Karl Popper, uno de los grandes filósofos del siglo XX, dedicó gran parte de sus trabajos al tema de la educación. En vísperas de su muerte, ocurrida el 17 de septiembre de 1994, se recuperaron sus últimas reflexiones, asombrosamente dedicadas a la televisión, una vez que Popper había leído el trabajo de John Condry Ladrona de Tiempo, Criada Infiel.
El Fondo de Cultura Económica ha publicado La televisión es mala maestra, bajo la firma de Karl Popper y John Condry, con una maestra introducción de Giancarlo Bosetti en una edición que incluye escritos de Karol Wojtyla sobre el tema “la potencia de los medios de información”.
Discutiendo con sus amigos y alumnos, Karl Popper se jactaba de que en su casa la televisión no había entrado ni entraría jamás… en tanto que se sentían inclinados a tratarlo como a un abuelo rebelde y reacio a una tecnología… el autor de obras como “La sociedad abierta y sus enemigos”, “El yo y su cerebro”, “El Universo abierto”, etcétera, les expresaba:
“Ustedes son quienes no entienden las consecuencias de la televisión porque, inmersos en ese mundo de imágenes, no se dan cuenta de cuán profundamente modifica las bases de la educación. La televisión cambia radicalmente el ambiente, y de ese ambiente tan brutalmente modificado extraen los niños los modelos que van a imitar. Resultado: estamos haciendo crecer un sinnúmero de pequeños criminales.”
Debemos contener ese mecanismo antes de que sea demasiado tarde.
Profundo y claro, Karl Popper considera que cualquier democracia que necesite contener el omnímodo poder de la televisión, debe exigir en sus programaciones de gran influencia masiva y social, una patente para producirlos. A esas conclusiones llega el pensador austriaco, quien dedicó gran parte de su vida al tema de la educación humana. Éstas son algunas de sus reflexiones:
1.- Es potencialmente evidente que la televisión, así como es una tremenda fuerza para el mal, podría ser una tremenda fuerza para el bien. Podría, pero es improbable que esto suceda.
2.- Difícil resulta encontrar profesionales que en verdad sean capaces de producir cosas tanto interesantes como de valor.
3.- El nivel ha descendido porque las estaciones televisivas, para conservar su audiencia, debían producir cada vez más material de mala calidad, ordinario y sensacionalista. El punto esencial es que el material sensacionalista difícilmente es también bueno.
4.- Toda persona realmente responsable y dotada de intelecto sabe qué entender por “bien” y “mal” en este campo. No falta , pues, quien sea capaz de distinguir qué está bien o qué no lo está desde el punto de vista educativo, por lo cual es posible aplicar este género de competencia para realizar una producción televisiva mejor.
5.- ¿Por qué compiten las televisoras? Obviamente, por ganarse a los telespectadores y no, permítaseme decirlo así, por un fin educativo. No compiten para producir programas más de sólida calidad moral, para producir transmisiones que enseñen a los niños algún género de ética. Este aspecto es importante y delicado, porque la ética se puede enseñar a los niños sólo ofreciéndoles un ambiente atractivo y bueno y dándoles, sobre todo, buenos ejemplos.
6.- Si reflexionamos sobre la historia de la televisión, veremos que, en sus primeros años, era bastante buena. No había las cosas malas que llegaron después; ofrecía buenas películas y otras cosas discretas.
7.- Es interesante señalar lo que dicen a este propósito quienes producen televisión. Decía un jefe de una de ellas en Alemania: “Debemos ofrecer a la gente lo que la gente quiere”. Como si se pudiese saber lo que la gente quiere por las estadísticas de la gente que escucha las transmisiones.
Ahora bien, no hay nada en la democracia que justifique las tesis de ese jefe de televisión, según la cual el hecho de ofrecer transmisiones a niveles cada vez peores desde el punto de vista educativo correspondía a los principios de la democracia, “porque la gente lo quiere”. ¡De esta manera, nos veríamos obligados a ir todos al diablo!
8.- Al contrario, la democracia siempre ha procurado elevar el nivel de la educación; es ésta una vieja, tradicional aspiración. Las ideas de ese señor no corresponden para nada a la idea de democracia, que ha sido y es la de acrecentar la educación general, ofreciendo a todos oportunidades cada vez mejores.
9.- El hecho es que la televisión es parte del ambiente de los niños, parte de la cual nosotros somos obviamente responsables, porque se trata de una parte del ambiente hecha por el hombre (man-made). Quien realice televisión debe saber tomar parte en la educación de unos y otros. Quien realice televisión deberá saber bien cuáles son las cosas que se han de evitar y cómo impedir que su actividad tenga consecuencias contra educativas.
10.- La democracia consiste en poner bajo control el poder político. Ésta es su característica esencial. No deberíamos tener ningún poder político incontrolado en una democracia. En Alemania no había televisión bajo Hitler, aun cuando su propaganda se construyó sistemáticamente casi con la potencia de la televisión. Creo que un nuevo Hitler adquiriría, con la televisión, un poder infinito. Una democracia no puede existir si no se somete a control la televisión, o más precisamente, no puede existir por largo tiempo en tanto el poder de la televisión no se haya descubierto plenamente.
Karl Raimund Popper nació en Viena en 1902 y murió en 1994.
(En Zeta No. 1747)
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